Dios, en su infinita misericordia y amor, siempre está dispuesto a tender su mano para guiar a nuestros seres queridos por el camino del bien. Sé que tu corazón de padre o madre debe estar afligido, pero quiero recordarte que Dios escucha siempre nuestras oraciones, especialmente cuando están llenas de amor y preocupación sincera por el bien de nuestros hijos.

Te animo a confiar en el poder de la oración, el ejemplo y la paciencia. Muchas veces, el cambio que deseamos para nuestros hijos no sucede de inmediato, pero el Señor obra en los corazones de maneras misteriosas y a su tiempo. 

Recuerda las palabras de San Agustín, quien también se desvió en su juventud: 

Me llamaste; clamaste y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste y ahuyentaste mi ceguera. 

Fue gracias a las oraciones incesantes de su madre, Santa Mónica, que San Agustín finalmente se convirtió. Ella nunca perdió la fe, incluso cuando las cosas parecían no tener solución. Su perseverancia en la oración fue la llave que abrió el corazón de su hijo al llamado de Dios.

Te invito a orar con fervor, pidiendo la intercesión de Santa Mónica para que te acompañe en este momento. **Dedica cada día un momento para encomendar a tu hijo a Dios**, pidiendo que toque su corazón y le ilumine para que encuentre el camino correcto. También puedes acudir al sacramento de la Eucaristía y la reconciliación, ofreciendo estas gracias por la conversión de tu hijo.

Y recuerda, Dios trabaja a través del amor y el testimonio. Tu hijo verá en ti un ejemplo de fe y esperanza, y esto puede tocar su corazón de maneras que ni siquiera imaginas. Dios es capaz de todo, y nunca deja de buscar a sus hijos, especialmente a aquellos que se han alejado. Confía en Él y mantén viva la esperanza.