La revelación es la manifestación que Dios ha hecho a los hombres de Sí mismo y de aquellas otras verdades necesarias o convenientes para la salvación eterna.

¿Dónde se encuentra la Revelación?

La Revelación -también llamada Doctrina cristiana o Depósito de la fe se encuentra en la Sagrada Escritura y en la Tradición.


¿A quién fue confiada la Revelación?

Jesucristo confió la Revelación a la Iglesia Católica. Por medio de sus Apóstoles, por tanto, sólo la Iglesia tiene autoridad para custodiarla, enseñarla e interpretarla sin error.

Para el estudio de las Sagradas Escrituras es importante considerar cuatro aspectos fundamentales.

La voz de la Palabra. 

La Sagrada Escritura es la Palabra de Dios puesta por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo. Al conjunto de los libros inspirados lo llamamos Biblia. La Biblia dice que Dios es un espíritu que ha existido por toda la eternidad, además nos enseña que esta revelación es de Dios porque él lo sabe todo (ver San Juan 21, 17), que para él todo es posible (ver San Mateo 19, 26), y que está en todas partes (ver Jeremías 23, 24). 

También dice que Dios es inmutable (ver Santiago 1, 17) y fiel (ver 2 Timoteo 2, 13), que no tiene pecado y es santo (ver Levítico 19, 2), que es compasivo y clemente (ver Salmo 86, 15), y que su obra es perfecta y justa (ver Deuteronomio 32, 4). Y, finalmente, también dice que Dios es amor (ver 1 Juan 4,16).

El rostro de la Palabra: Jesús.

El hombre de hoy necesita ver el rostro de Cristo La persona humana es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma. Desde su concepción está destinada a la bienaventuranza eterna y que alcanzará su culmen en la vida futura. En definitiva, lo que Dios ha querido con la creación del hombre es que llegue a su plenitud.

Alcanzarla es el fin último y el principio unificador de toda la existencia humana. Lo explica san Agustín con una expresión que se ha hecho célebre: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti".

Esta aspiración al bien absoluto "es considerada y vivida por el cristiano como aspiración a la santidad, entendida como plenitud de la filiación divina, que en la tierra se realiza mediante el seguimiento y la imitación de Cristo. Dios Padre nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor" (Ef 1, 4-5). Esta es la vocación fundamental del hombre, de todo hombre.

Por consiguiente, sólo en Cristo el hombre puede realizar su altísima vocación y cumplir así sus aspiraciones más íntimas, encontrando una respuesta adecuada a los numerosos interrogantes que surgen en su corazón.

Precisamente por eso, el hombre, y especialmente el de hoy, quiere ver a Cristo: “Queremos ver a Jesús" (Juan 12, 21). 

En efecto, sin él, y sin la plena conciencia de su vocación originaria, la vida del hombre en la tierra carece de puntos de referencia, todo se oscurece y resulta inexplicable. Para todos los tiempos valen las palabras de san Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Juan 6, 68), tú tienes palabras de amor. 

La casa de la Palabra. La Iglesia. 

La Casa de la palabra divina, es decir, la Iglesia que, como nos sugiere San Lucas en Hechos 2, 42 está sostenida por cuatro columnas ideales. Tenemos "la enseñanza", es decir, leer y comprender la Biblia en el anuncio hecho a todos, en la catequesis, en la homilía, a través de la proclamación que implica la mente y el corazón. 

Tenemos luego "la fracción del pan", es decir, la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia. Como aconteció aquel día en Emaús, los fieles son invitados a nutrirse en la liturgia en la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo. 

Una tercera columna está constituida por las "oraciones" con "himnos y cánticos inspirados" (Col 3, 16). Es la Liturgia de las Horas, oración de la Iglesia destinada a ritmar los días y los tiempos del año cristiano. 

Tenemos también la Lectio divina, la lectura orante de las Sagradas Escrituras capaces de conducir, en la meditación, en la oración, en la contemplación al encuentro con el Cristo, palabra de Dios viviente. 

Y, por último, la "comunión fraterna" porque para ser verdaderos cristianos no basta con ser "aquellos que oyen la Palabra de Dios" (Lc 8, 21). En la casa de la palabra de Dios encontramos también a los hermanos y hermanas de las otras Iglesias y comunidades cristianas que, aún en las separaciones, viven una real unidad, si bien no plena, a través de la veneración y el amor por la Palabra divina.

Los caminos de la Palabra: La misión.

Jesús demuestra su amor a toda la humanidad, pensando no sólo en las personas de su época, sino también en aquellas que vendrán después, cuando Él ya se haya ido con Dios Padre. Jesús vino al mundo para salvar a todos, aquellos que vivían en su tiempo y aquellos que nacerían después, porque Él no quería que nos quedásemos sin escuchar su Palabra.

Por eso, antes de subir al lado de su Padre, les dio una misión a sus discípulos y a aquellos que después creerían en Él: que fueran a predicar y anunciar la Buena Nueva a todas las personas de todos los tiempos y de todos los pueblos. Hoy, todos los que estamos bautizados, tenemos una misión: debemos anunciar con nuestra vida y con nuestras palabras la Buena Nueva de Jesús

Reconoce que Jesús le envía a anunciar la Buena Noticia, asumiendo la misión de trabajar para que el mundo cambie y sea mejor, por lo que muestra amor por Jesús y las personas que le rodean

Marcos 16, 14-20.