Desde los primeros tiempos de la Iglesia, los católicos han creído que existe un lugar donde se da la purificación final de los fieles que han fallecido.

Se reconoce que quienes mueren mártires ya están en presencia de Dios porque quedan perfectamente conformados con Cristo y Su Cruz por el martirio. Para los muchísimos creyentes que no han tenido la oportunidad de dar tal testimonio público, la Iglesia ofrece oraciones, en particular la Misa, para que, una vez purificados de toda imperfección, puedan entrar en el Cielo.

Esto puede encontrarse en muchos textos antiguos, así como el testimonio en las catacumbas y las tumbas. En la Edad Media, se desarrolló la explicación teológica y se empezó a utilizar el nombre de Purgatorio, y describe bien la creencia de la Iglesia desde sus comienzos hasta ahora.

El Catecismo de la Iglesia Católica señala que el Purgatorio es una "purificación final" que deben atravesar para llegar al Cielo todos aquellos "que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación".

¿El purgatorio es Bíblico?


1 Macabeos 12:44-45
"Pues de no esperar que los soldados caídos resucitarían, habría sido superfluo y necio rogar por los muertos; mas si consideraba que una magnífica recompensa está reservada a los que duermen piadosamente, era un pensamiento santo y piadoso".

Los judíos ofrecieron expiación y oración por sus hermanos fallecidos, quienes claramente habían violado la ley mosaica. Tal práctica presupone el Purgatorio, ya que los que están en el Cielo no necesitan ayuda y los que están en el Infierno ya no pueden ser socorridos.
En el Nuevo Testamento, el Señor exhorta a acomodar cualquier asunto pendiente antes de presentarse ante el juez para no ser puestos en presión, donde se permanecerá hasta que se pague la deuda.

Ponte en seguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo. (Mt 5,25- 26).

Un principio básico de justicia dicta que las deudas deben saldarse. Nuestra deuda con Dios es imposible de pagar porque es infinita. Pero Cristo ya pagó por esa deuda.