Este día es una iniciativa de Apostolado Católico Familiar Hechos en Guatemala. El objetivo es dedicar un día en especial para preparar el corazón para esta navidad, limpiándolo de todo resentimiento y rencor.

En el lugar en que te encuentres, perdona de corazón a todos los que por ignorancia o debilidad te ofendieron o hirieron. Mira con misericordia a todos los que te han ofendido o herido y perdona su debilidad e ignorancia. El perdón es el oxígeno que purifica el aire contaminado por el odio, es el antídoto que cura los venenos del rencor, es el camino para calmar la rabia y sanar tantas enfermedades del corazón que contaminan la sociedad. Perdonar es una condición para ser cristianos. 

La importancia del perdón en la vida de los cristianos, se trata que perdonar no es simplemente una buena acción opcional, sino una condición para seguir el camino de Cristo. Debemos imitar el estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura.

El mensaje de Jesús es claro: Dios actúa por amor y por gratuidad. Nosotros no podemos repagarlo pero, cuando perdonamos al hermano o a la hermana, lo imitamos. Perdonar no es por tanto una buena acción que se puede hacer o no: es una condición fundamental para quien es cristiano. Cada uno de nosotros, es un beneficiario del perdón divino, de hecho, es un “perdonado” o una “perdonada” ya que Dios nos ha dado la vida y nos perdona constantemente.

Dios ha dado la vida por nosotros y de ninguna forma podremos compensar su misericordia, que Él no retira nunca del corazón. Pero, correspondiendo a su gratuidad, es decir perdonándonos unos a otros, podemos testimoniarlo, sembrando vida nueva en torno a nosotros.



El perdón es un ejercicio practico. Al respecto, es buen momento para pensar en una persona que nos haya herido y a pedir al Señor la fuerza para perdonarla, haciendo hincapié en que el perdón en nombre del amor del Señor restaura la paz en el corazón.

Preguntémonos, entonces: ¿yo creo que he recibido de Dios el don de un perdón inmenso? ¿Advierto la alegría de saber que Él siempre está preparado para perdonarme cuando caigo, también cuando los otros no lo hacen, también cuando ni siquiera yo logro perdonarme a mí mismo? Y ¿sé perdonar a su vez a quien me ha hecho daño?.  Al no perdonar corremos el riesgo de  concentrarnos en mirar la astilla en el ojo de nuestro hermano sin fijarnos en la viga de madera en el nuestro. Vivimos muy atentos a las faltas de los demás, incluso a las más pequeñas, pasando por alto las nuestras, dándoles poco peso.

Tantas veces nos quejamos de las cosas que están mal en la sociedad, en la Iglesia, en el mundo, sin cuestionarnos primero a nosotros mismos y sin comprometernos a cambiarnos primero. Cada cambio efectivo debe comenzar por nosotros mismos.

Jesús que "un ciego no puede guiar a otro ciego" y que el Señor nos invita a limpiar nuestra mirada, nos pide que miremos dentro de nosotros mismos para reconocer nuestras miserias. Porque si no somos capaces de ver nuestros propios defectos, siempre estaremos inclinados a magnificar los de los demás. El secreto es mirar al otro como lo hace Dios, que no ve primero el mal, sino el bien. Así es como nos mira Dios: no ve en nosotros errores irremediables, sino hijos que se equivocan. No lo olvidemos, Dios siempre perdona. 

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