Nos consuela saber que no adoramos a un Dios insensible ante la desgracia. El Dios que conocemos en Cristo Jesús siente nuestro dolor y conoce nuestra pérdida. Llora con nosotros.

También adoramos a un Dios que puede soportar nuestra frustración. María y Marta se desahogan, y nosotros también podemos hacerlo. Como en cualquier relación sana, necesitamos ser abiertos y sinceros con nuestros seres queridos, incluso cuando estamos molestos con ellos. Si alguien lo puede soportar, sin duda es Jesús.