Cada 13 de junio la Iglesia Católica celebra la fiesta de uno de los santos más queridos y venerados en el mundo: San Antonio de Padua. La devoción y el afecto de tantos a lo largo de los siglos lo han convertido, en cierto sentido, en “omnipresente”, ya que su nombre suele aparecer allí donde hay una iglesia, una parroquia, una escuela.

Los fieles, que lo consideran “muy milagroso”, piden su intercesión en las más diversas ocasiones: siempre que un objeto valioso se ha extraviado, cuando se busca pareja para casarse o, más recientemente, si alguien padece de enfermedad celíaca.

Llamado a servir a Cristo.

San Antonio de Padua, conocido también como San Antonio de Lisboa por el lugar donde nació, perteneció a una familia de origen noble. Su nombre secular fue Fernando Martim de Bulhões e Taveira Azevedo, y vio la luz del mundo en Portugal en 1195. De niño fue consagrado a la Santísima Virgen.

En su adolescencia temprana estuvo rodeado de frivolidades que supo bien rechazar después, ayudado por la gracia de Dios. La consecuente experiencia de libertad iría forjando una amistad sincera con el Señor, que duraría toda la vida.

Como los buenos amigos se tratan con frecuencia, el futuro Antonio no perdía oportunidad para ponerse de rodillas frente al Santísimo Sacramento. A través de la oración entendió muy bien que sólo Dios fortalece.