Hay, sin embargo, una tendencia en nosotros como seres humanos a convertir lo que hacemos en méritos personales, y a tratar de conseguir el favor de Dios o de los hombres a través de esas acciones.

En el famoso capítulo de Isaías 58, Dios dice que el ayuno que estaban llevando a cabo los israelitas no era agradable a Él, debido a la postura de corazón que tenían.

De hecho, en la reacción del pueblo de Israel, se quejan diciendo a Dios: “¿Por qué ayunamos, y no hiciste caso; humillamos nuestras almas, y no te diste por entendido?” (Isaías 58,3).

Otra actitud totalmente diferente pero igualmente errónea era la de los fariseos de los tiempos de Jesús. Jesús habla de esto también en el contexto del ayuno, diciendo: 

“Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa…” (Mateo 6,16)

Ellos cumplían sus ayunos, solo para proyectar una apariencia delante de los demás, y ganarse su respeto y admiración.

Sin embargo, piensa conmigo: ¿Cómo debería ser la actitud de alguien sincero que busca auténticamente a Dios? De seguro, no buscaría usar sus oraciones o ayunos como una moneda de cambio para coaccionar a Dios a hacer algo.

Y tampoco haría teatro ni soltaría en sus conversaciones lo que está haciendo, para mostrar sus bondades ante los demás. Por el contrario, sería una actitud de humildad, de gratitud continua a Dios, de buscar crecer, y de hacerlo en secreto de todo corazón para Dios… ¡Esa actitud es tan agradable a Dios, y atrae tantas bendiciones a nuestra vida!

Querido/a amigo/a, ¡no pierdas las recompensas que Dios quiere darte!

Que todo lo que hagas sea una consecuencia de tu amor, confianza y hambre y sed por Dios, en total humildad y pasión por Él.

¡Eres precioso/a para Dios!